Crisis de responsabilidad en una democracia adolescente

Authors

  • Benito Arruñada Catedrático de la Universidad Pompeu Fabra.

DOI:

https://doi.org/10.52195/pm.v7i1.287

Abstract

Tras unos años de crecimiento complaciente, España se ha visto sorprendida por la crisis. Con un desempleo crónico y un déficit público descontrolado, la economía no se recupera y el PIB por habitante empieza a alejarse de los referentes europeos. Peor aún: estamos siendo incapaces de adoptar reformas imprescin-dibles. Los observadores más optimistas consideran que la recu-peración tardará en llegar; la mayoría, incluso la pone en duda o cuestiona que, sin reformas, pueda ser significativa. Lógico que el país se haya sumido en el desánimo y que empecemos a caer en el descrédito. Se teme un estancamiento duradero, que pu-diera incluso acabar en un círculo vicioso de «argentinización».

Las raíces de esta parálisis son más profundas de lo que pare-ce. Desde antiguo, hemos reaccionado tarde y mal a las crisis. Por suerte, hoy tenemos más razones para ser optimistas de las que había en el pasado. Contamos con las personas adecuadas, por lo que salir de la crisis sólo requiere eliminar frenos al creci-miento. Las reformas necesarias guardan así relación con la liber-tad y la competencia, pero su auténtico denominador común es la responsabilidad. Nuestra democracia sólo será adulta cuan-do hayamos asumido que los derechos comportan deberes, y que la libertad requiere responsabilidad. Hemos de aplicar este principio a todos los ámbitos de nuestra sociedad, incluidas las empresas, los sindicatos, las instituciones educativas, los servi-cios y administraciones públicas, los partidos políticos, y, más fundamentalmente, los individuos.

Al surgir la presente crisis, medio país cayó en la tentación de pensar que venía de fuera, que sufríamos los efectos pasajeros de una recesión internacional. Al hacerlo, reincidíamos en un error que ha sido causa tradicional de nuestro atraso económico: ser incapaces de reaccionar con rapidez cuando la bonanza exterior se desmorona.

Al menos desde la década de 1950, nuestra historia económica ha seguido las mismas pautas: reaccionamos tarde a las crisis, y la respuesta siempre consiste en liberalizar los mercados, lo que proporciona tasas de crecimiento rápidas y elevadas, superiores a las de nuestros vecinos europeos. Sin embargo, estas liberali-zaciones quedan incompletas o se interrumpen, como si una vez pasada la urgencia el país se sumiera en la complacencia. A las reformas que acompañaron la estabilización de 1958 les sucedió la esclerosis de los planes de desarrollo, lo mismo que a las priva-tizaciones de la segunda mitad de los 1990 les siguió la parálisis reformista que sufrimos desde el año 2000.

La reacción a la crisis actual está siguiendo la misma pauta, tratando los síntomas sin atacar las causas. Hasta ahora, sólo ha consistido en aumentar el gasto público. Y ello pese a que llevá-bamos ya años gastando en torno a un diez por cien más de lo que producíamos. Era lógico. Con tipos de interés negativos, era de esperar que los ciudadanos nos endeudáramos. E individual-mente hemos reaccionado con sensatez a la crisis, reduciendo el endeudamiento privado. Nuestros Gobiernos, en cambio, no han sido tan juiciosos: ni antes de la crisis, porque apenas ahorraron ni aprovecharon la coyuntura favorable para introducir reformas que aumentaran la productividad; ni después, porque el actual Gobierno se ha limitado a sustituir deuda privada por deuda pública, posponiendo así un ajuste que tarde o temprano es inevitable.

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2010-01-01

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Crisis de responsabilidad en una democracia adolescente. (2010). REVISTA PROCESOS DE MERCADO, 7(1), 259-274. https://doi.org/10.52195/pm.v7i1.287